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"El
hecho de la existencia de Dios significa que nosotros, como seres
humanos, somos responsables. Si hay un Creador y Sustentador Supremo,
las criaturas son responsables ante Él. Daniel Webster,
el estadista americano, dijo que el pensamiento más profundo
que tenía era el de su responsabilidad para con Dios.
Si la evolución fuese verdad, no habría normas morales
para la sociedad. Si fuésemos el producto de una casualidad
ciega, de una mezcla de moléculas al azar, nadie vería
como algo malo las guerras, los crímenes, los robos, o
cualquier otro comportamiento antisocial. Nadie sería responsable
ante otra autoridad más alta.
El apóstol Pablo señala en Romanos 1 que todos saben
que hay un Dios. Su existencia se revela en la creación;
la creación demanda un Creador, como un diseño demanda
un diseñador. También se revela en la conciencia;
todos tenemos un conocimiento innato del bien y del mal. Las obras
que la ley requiere están escritas en nuestro corazón.
Los paganos no quieren retener al Dios verdadero en su conocimiento.
Saben que el creer en un Dios así pondría trabas
a su estilo de vida, y por ello se vuelven a la idolatría.
Se hacen imágenes de personas, pájaros, animales,
y reptiles, y les adoran. Ya que cada imagen sucesiva representa
un escalón menos en la escala de la creación, lo
que ocurre es que se sienten cada vez menos responsables de vivir
de una manera limpia. Si su Dios es una serpiente, no importa
realmente cómo vivan. Esto aclara el estrecho lazo que
hay entre la idolatría y la inmoralidad. Los ídolos
hechos por seres humanos no hacen demandas morales a los adoradores.
Todos llegamos a ser como lo que adoramos. Ya sea que adoremos
al dinero, la humanidad pecaminosa, los placeres carnales, las
posesiones materiales, o imágenes talladas, comenzamos
a representarlas y nos hacemos como ellas. Por otro lado, cuanto
más adoramos a Dios, más somos transformados a Su
imagen (2 Co. 3:18).
La creencia determina el comportamiento. Y ahí está
la importancia de tener una visión verdadera y correcta
de Dios. Cuanto más altos sean nuestros pensamientos de
Él, más exaltadas, santas y gloriosas serán
nuestras vidas.
Algunos de los atributos de Dios son únicamente Suyos.
Estos son intransferibles, esto es, que no pueden ser compartidos
con nosotros. Por ejemplo, Dios es el único Omnipotente,
Omnisciente, y Omnipresente.
Nosotros no seremos nunca inmutables o infinitos. Aunque los creyentes
vivirán para siempre, no son eternos, porque han tenido
un comienzo. En la Primera Parte trataremos estos atributos únicos
e intransferibles. Pero Dios también comparte algunos de
Sus atributos, y a estos se les llaman atributos transferibles
o imitables. Trataremos de ellos en la Segunda Parte. Por supuesto,
nunca podremos tener estas cualidades en sus formas perfectas.
Las nuestras siempre serán reflejos débiles y pálidos
de las Suyas. Pero nosotros podemos amar, ser santos, y mostrar
misericordia. Podemos ser justos y verdaderos, y mostrar gracia,
piedad y generosidad. Y como podemos, debemos hacerlo. Así
es como somos imitadores de Dios (Ef. 5:1).
El propósito de nuestro estudio, entonces, no es meramente
saber acerca de los atributos de Dios, sino cultivar en nuestra
vida cristiana diaria los que son compartidos o transferibles.
Ahora debemos ponernos a estudiar los atributos de Dios. Normalmente
definimos a Dios recitando Sus atributos. Por ejemplo: “Dios
es Espíritu, infinito, eterno, e inmutable en Su ser, sabiduría,
poder, santidad, justicia, piedad, y verdad”.
Un estudio serio de las características de Dios, nos llevará
inevitablemente a adorarle de una forma más sincera, a
confiar en Él más completamente, a servirle con
más fidelidad, y a buscar el conformarnos más a
Él en todos nuestros caminos."
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