RABÍ, ¿DÓNDE MORAS
por William (Guillermo) Williams

 
1
2
3
4
5
6
 

...Continuación

Al principio de 1905, mi sueño de conocer al Canadá fue una realidad, y me enamoré de ella enseguida. En Toronto, tuve mayor ejercicio por hallar un lugar donde se obedeciera toda la Palabra de Dios. Conocí a muchos creyentes porque yo predicaba el evangelio al aire libre, e iba arriba y abajo buscando un lugar bíblico. Fui a una Iglesia de la Calle King, pero me fue repugnante. Luego probé las Misiones, pero ellos tenían predicadoras, y yo sabía que eso era en contra de la Biblia.

Pero yo amaba al evangelio y su obra. Un sábado, oí a uno predicando en la Calle Queen. Nos paramos para escuchar. Los oímos anunciar sus cultos en un Local en Broadview y fuimos el domingo en la noche. Escuchamos un buen culto en un local repleto de gente. Pero parecía que estábamos perdidos entre el gentío, porque nadie nos habló. Salí, resuelto a no volver, porque descubrí que este buen grupo que habíamos oído pertenecía a Los Hermanos. No me imaginaba que dentro de dos años, yo sería bautizado en aquel Local Evangélico.

Progresé en la Compañía de Ferrocarriles donde trabajaba, y llegó el momento cuando pensé que estaba en condiciones de casarme con la joven a quien yo había conducido a Cristo años antes. Habiendo llevado compromiso por algún tiempo, resolvimos casarnos. Teníamos una misma mente, pues mi esposa era tan fervorosa y entusiasta como yo. Nuestro hogar llegó a ser un centro de reuniones de creyentes del mismo parecer. A veces fuimos invitados a Las Misiones a Los Desamparados, donde se oían muchas aleluyas, pero los métodos usados no cuadraban con la Biblia.

Poco después, tuve un ascenso en el empleo y me trasladaron a Stratford, Ontario. Nuestro primer propósito fue buscar UN LUGAR de reuniones. Una noche fuimos a una misión. Había orden hasta que entraron dos jóvenes atractivas, las cuales empezaron a hablar, y también unos hombres barbudos, los cuales se arrodillaron y comenzaron a hablar en lenguas. Me di cuenta de que estábamos en un culto de los Pentecostales. No sabía qué hacer, ¿salir por encima de los cuerpos postrados, o esperar? Me regocijé cuando se calmó el fervor un poco, y aprovechando, salí por la puerta con la resolución de no volver jamás.

Luego descubrí un aviso: “Cristianos Congregados en el Nombre del Señor Jesús”. El lugar estaba calentado por una estufa, con 18 personas presentes. El culto fue sencillo, sin órgano, sin coro, sin formalismo; se explicó la Palabra en vez de predicarla. Después del culto, y cuando me ponía mi abrigo, porque era invierno, un caballero con barba pequeña y canas me dijo: “¡Buenas Noches! ¿Es forastero?” Este fue mi primer encuentro con el amado David Bridgeford, hombre que Dios usó en mi camino, quien con su porte amable dio más fervor a mi pobre corazón que cualquier otra cosa que había sentido por largo tiempo. Decidí asistir de nuevo a aquel lugar.

Continúa...

 
1
2
3
4
5
6