RABÍ, ¿DÓNDE MORAS
por William (Guillermo) Williams

 
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...Continuación

Cuando llegó aquella noche tan especial, había como quince varones, aspirantes al bautismo. También había hermanas, las cuales fueron sumergidas primero. Por fin me tocó el turno a mí, y oí aquellas palabras: “Mi querido hermano, yo te bautizo...” Y entonces, ¡Abajo, con un chapoteo! Creo que, por cuanto el bautismo representa una sepultura, nuestros amados hermanos que bautizan deben hacerlo de una manera reverente y lenta, al igual que cuando bajamos la urna al sepulcro, evitando tirar a la persona bruscamente al agua. Los creyentes empezaron a cantar con ánimo mi himno favorito: “Día feliz, cuando escogí servirte mi Señor y Dios”.

Aquel acto sencillo de obediencia parecía ser un nuevo principio para mí. Mi amada esposa sintió lo mismo. Nunca habíamos asistido al culto del domingo por la mañana. La cuestión de la Cena del Señor había sido asunto sobre ek cual por años estábamos indecisos. Fuimos al Local Evangélico de la Avenida Brock y nos asignaron un asiento atrás. Nos fijamos en el cambio del arreglo de las sillas. Como 120 estaban puestas alrededor de una mesa, sobre la cual estaban un pan y dos copas de vino. Hubo silencio, apto para la solemnidad de la ocasión. A la hora indicada, un hermano anunció un himno apropiado. Luego uno tras otro dirigió la forma de adoración y acción de gracias; todo era nuevo para nosotros. “Allí estoy Yo en medio de ellos”, fue la promesa original; en verdad su preciosa Presencia fue una realidad aquella mañana. Lloraron mientras repasaron la vida santa del Señor desde el pesebre hasta la Cruz en las acciones de gracias. Dentro de nuestro corazón dijimos: “ESTE ES EL LUGAR QUE HEMOS BUSCADO POR TANTO TIEMPO”. Se partió el pan y se distribuyó entre los participantes; luego pasaron la copa. Se tomó la ofrenda, pero sólo de los que rodeaban la mesa en comunión. Se cantó otro himno, se leyeron las Escrituras y se cerró el culto con oración.

Era la primera vez que veíamos la celebración de la Cena del Señor sin tener presente un ministro ordenado para oficiar. Todos rodearon la mesa como uno en Cristo. Nadie dirigió el orden sino el Espíritu Santo. No hubo tropiezo ni confusión. El hermano que dio los anuncios indicó que mi esposa y yo deseábamos la comunión y que seríamos recibidos el domingo siguiente, D. M., si no había objeciones. Así tomamos nuestro lugar, y por 48 años hemos estado perfectamente satisfechos con el lugar donde al Señor le ha placido poner SU NOMBRE y su presencia.

ELLOS LE DIJERON: RABI (que traducido es, MAESTRO). ¿DONDE MORAS? JESUS RESPONDIO: VENID Y VED.

Continúa...

 
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