RABÍ, ¿DÓNDE MORAS
por William (Guillermo) Williams

 
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..Continuación

La Biblia llegó a ser un libro completamente nuevo para mí y la que mi querida madre me había dado cuando salí de casa, ahora la leí y la volví a leer. Pronto ví mencionado en la Biblia el bautismo; y además, tuve el deseo de bautizarme. Pero lamentablemente el bautismo era tabú en la Misión. Kenneth me dijo que el bautismo pertenecía al periodo de la transición y no al de la Iglesia. Resolvimos hablar a uno de los evangelistas. El dijo: “El bautismo es una ordenanza, y así no es de fe. No es necesario ser bautizado”. Como resultado, en vez de bautizarme, empecé a leer la Biblia, buscando textos para demostrar que no debía bautizarme.

Yo tenía una tía que había escandalizado a su familia, y a la religión tradicional, por haberse convertido; ella se había bautizado en la represa de un molino, y cuando supo que yo había creído, me molestó con cartas acerca del bautismo. Cuando un día yo estaba en Aberdeen, ella me llevó a un culto de su asamblea (que se congregaba en el Nombre del Señor), en la Calle St. Paul. En la misión, nos habían advertido acerca de una secta “terrible” que ellos llamaban Los Hermanos de Plymouth. Descubrí que en muchas Iglesias y Misiones existía este prejuicio arraigado en contra de los que se congregaban sencillamente en el Nombre del Señor Jesús, a quienes ellos ponían por sobrenombre Los Hermanos de Plymouth. Se hablaba en contra de ellos porque su fidelidad a los principios del Nuevo Testamento condenaba las prácticas de otras congregaciones con sus predicadoras, la recepción de ofrendas de los inconversos, sus pastores asalariados y la celebración de la Cena del Señor solamente cada mes. Todo esto me hizo sentir incómodo en el culto de la Calle St. Paul aquella noche que asistí.

Yo me dejé llevar por este prejuicio, y aun repetía calumnias en contra del pueblo del Señor que se reúne solamente en su Nombre, sin averiguar la veracidad de lo que se decía. Pero fui sólo uno entre muchos que hacían lo mismo.

Las diversas doctrinas han sido la plaga de la Iglesia. En vez de tomar con reverencia la Palabra de Dios tal como es, por razones materiales y eclesiásticas, la han torcido y adulterado. El Dr. Bullinger estaba en su apogeo cuando yo creí en 1900. El grupo de sus discípulos creció, y nos retiramos de la Misión. Se alquiló un Local en la Calle George donde predicábamos el evangelio los domingos, y pasábamos las otras noches libres en Estudios Bíblicos, utilizando las cartas de Bullinger como libros de texto. Nos sentábamos hablando de las palabras griegas y su sentido, y como pichones de palomas, tragábamos las píldoras de aquel hombre. Nunca perdimos nuestro celo por el evangelio y cada jueves, como doce jóvenes, íbamos al sitio de Castlegate. En medio del sonido de la gaita escocesa (gaita gallega) y la multitud de oyentes, predicábamos el evangelio. Dios nos dio fruto y almas creyeron. A veces, algunos creyentes de las Asambleas (de los Hermanos que se congregaban en el Nombre del Señor) nos ayudaban pero hicieron poco para convidarnos a sus Locales o ayudarnos a conocer la doctrina de los apóstoles. Sin darse cuenta, ellos estaban apoyando nuestros errores doctrinales, al reunirse con nosotros. Así es el caso, que los hermanos que conocen la verdad y fraternizan con el error, teniendo comunión con las denominaciones, no ayudan en nada a los que no conocen la verdadera doctrina.

Continúa...

 
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